LA SUERTE QUE LE ESPERA
Fluyen las aguas bajo la arboleda,
perezosas, silentes, abrazando
la desnuda raíz de la mimbrera.
Un mutismo apacible en la ribera
adormece el afán de quien espera
un rayo de esperanza, tal vez una quimera,
una disposición… quizás de otra manera.
Tampoco sabe el agua donde su impulso lleva.
Detiene su mirada en la ladera
y advierte el espesor de la floresta
y retoma el sendero hacia la cumbre
donde habita el pinar, y desespera
pensando en lo penoso de la empresa;
cruza una mariposa y los dientes aprieta
y detiene, una vez más, sus pasos y comprueba
las flores del orégano, en la cuesta,
flores que nunca más, ¡dios mío!, ha de coger,
sabe que tan arriba ya no llega.
Y toma los escasos tallitos que le ofrece
el acuoso costado de la senda
y al volver la vista atrás, taciturno el Eresma
su devenir discreto le presenta.
Mientras pasa fugaz una centella
amarillo limón, una oropéndola,
un impreciso alivio se le muestra:
tampoco sabe el agua la suerte que le espera.
Adolfo Rodríguez Arranz
Septiembre 2018
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